miércoles, 11 de septiembre de 2013

La Orden de los Caballeros Templarios


La historia de la Orden de los Caballeros del Templo, siempre ha fascinado, ya que envuelve, en un aura de misterio, sus “humildes” comienzos, hasta su estrepitosa caída doscientos años después. La Primera Cruzada tuvo una inspiración altruista, para muchos, recuperar Tierra Santa de manos de los infieles, una tierra, que para el momento, tenía más de cuatrocientos años bajo el control islámico, un territorio, que a la que la mayoría de los europeos, nunca les había importado, pero las necesidades económicas ahora eran otras y había que buscar alternativas; expandirse.

La vestimenta de los templarios era una túnica blanca
con una cruz roja y estuvieron siempre muy ligados a
la Orden de los Monjes Cistercienses.

Muchos de los voluntarios fueros hombres con sed de aventuras y riquezas, pero no era suficiente, el papa, Urbano II, a quien le interesaba expandir el poder de La Iglesia Católica, a Oriente, más allá del Imperio Bizantino, tuvo que dar un salvoconducto a todos los convictos que se ofrecieran de manera voluntaria, e indulgencias plenarias a los demás. Algunos de los que fueron si estaban motivados por la fe y estaban dispuestos a sacrificar sus vidas en nombre de Jesucristo.

En la Primera Cruzada, la mayoría de los participantes fueron entusiastas
del reino de Francia y del Sacro Imperio Romano. Convocada por Pedro el Ermitaño
y aprobada por el papa Urbano II.

La Primera Cruzada comienza en el año 1096 y tiene un éxito relativo, permitiendo tomar el control de algunas ciudades en el Medio Oriente y el premio más deseado: Jerusalén, territorio que quedó en manos de Balduino II.

Los primeros Templarios no lucharon en batalla alguna, ellos fueron a Tierra Santa años después, en 1118, con la excusa de proteger los caminos de los peregrinos, de maleantes de carretera, quienes seguramente eran ex soldados, que no lograron satisfacer sus ansias económicas. Estos nueve caballeros, al mando de Hugo de Payns, al llegar a Jerusalén, se ponen de inmediato a las órdenes del rey Balduino II, quien le otorga derechos y cuartel, en el área del Monte de Moira (la Explanada de las Mezquitas), y estando allá, cambiaron de pronto, su objetivo inicial, transformándose, por nueve años, en aprendices de arqueólogos, en busca de reliquias bajo las ruinas del Templo de Salomón, bajo el mismísimo corazón de la Cúpula de la Roca, ahora en poder cristiano, razón por la cual, el nombre por el que se conocen es: La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, mejor conocidos como los Templarios, y “pobres caballeros” no lo fueron por mucho tiempo.

El rey Balduino II le otorga a Hugo de Paynes y a sus hombres, los derechos
en toda el área de la Explanada de las Mezquitas, donde una vez estuvo
el Templo del Rey Salomón.

Sin duda, muchas cosas de valor deben de haber encontrado, cosas que podían comprometer la misma integridad de La Iglesia Católica, una iglesia con una inmensa paranoia. Una vez finalizada su labor, deciden regresar y consolidar su institucionalidad, ser reconocidos como una orden caballeresca y así poder reclutar a jóvenes de descendencia noble para su ilustre causa, razón por la que se dirigen a Roma para entrevistarse con el papa Honorio II.

Sello de los Templarios en donde, en vista de su pobreza inicial, se
representaba a dos caballeros montando un mismo caballo. En el
adverso aparece el Templo de Salomón, de donde les viene su nombre.

El rey Balduino II, le escribe una carta al abad Bernardo de Clairvaux, para que prepare la antesala a favor de estos nueve soldados y exponga ante el papa las virtudes, de convertir a éstos hombres, en orden religiosa caballeresca. Bernardo, con tan solo 28 años de edad ya es uno de los hombres más influyentes de su época, y lo será aún más, incluso, a su muerte, será santificado. Él, fue la gran inspiración en el crecimiento de las abadías cistercienses a lo largo del siglo XII, en donde se aplicaba, de manera estricta, La Regla impuesta por San Benito, siglos atrás, quien exigía a los monjes rezar y trabajar, “Ora et Labora”, y gracias a eso, entre otras cosas, se esparció la agricultura por toda la Europa feudal.

El abad Bernardo de Clairvaux, el hombre
más influyente en Europa en el siglo XII.

El papa Honorio II convoca El Concilio de Troyes, que se realiza en Francia en el año 1128 y reúne a una gran cantidad de representantes de la iglesia, entre ellos, en vista de la ausencia del pontífice, a un representante papal. Uno de los puntos en la agenda, y el que en particular nos interesa, era la ratificación de los templarios como orden caballeresca. Esa loable labor, recayó en Bernardo de Clairvaux, quien de manera brillante, expuso la necesidad de poseer una fuerza militar en la que sus miembros llevaran una vida monacal, teniendo en cuenta, que para ésta época, ningún reino, ni siquiera la Iglesia, cuenta con un ejército propio, éstos se convocan cuando se presenta la necesidad.

Tras varias semanas de deliberaciones, los templarios se aprueban como Orden y un mundo de posibilidades se les abre frente a ellos, convirtiéndolos, en muy poco tiempo en la institución más poderosa de toda Europa, por encima de reyes, emperadores y papas.

El Gran Maestre Hugo de Paynes.
Autor: Henri Lehmann
Palacio de Versalles, París.

Pero ¿quién era Hugo de Payns? Para empezar, era familia del abad Bernardo de Clairvaux, al que unos años antes de partir a Tierra Santa, le había obsequiado tierras para la construcción de una de sus abadías. Fue un hombre ambicioso, en busca de reliquias religiosas, para comprar su ascenso jerárquico y terminó inmortalizándose; al parecer encontró mucho más de lo que buscaba, algunos historiadores, incluso especulan, que encontró el Santo Grial o más bien, el secreto que éste representa: la descendencia directa de Jesús a través de su esposa María Magdalena, o quién sabe, tal vez algún otro secreto que comprometería la integridad de La Iglesia Católica, y por eso les fue otorgado, sin merecérselo, todo lo que desearon. No hay duda, que si se transformó en una orden militar monástica, al servicio de la Iglesia y de reyes y de emperadores, y a veces de los peregrinos en su ruta a Tierra Santa, prestando una valiosa ayuda, a todos los que la necesitaban, a cambio de un precio justo, pero esa es otra historia.


Escrito por Jorge Lucas Alvarez Girardi

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