jueves, 31 de octubre de 2013

Lady Jane Grey, la reina de los nueve días


En las ambiciones por el poder, hombre “buenos” vende barato su fidelidad a las leyes, al gobierno y a la nación, enceguecidos por sus deseos interpretan las voluntades a su antojo e involucran a los inocentes en sus intrigas. Lady Jane Grey, en su honesta ingenuidad, fue forzada a involucrarse en ésta densa trama que marcó un instante en el reino de Inglaterra.

Lady Jane Grey

A mediados del siglo XVI Inglaterra era un reino poderoso pero convulsionado por los enfrentamientos religiosos: Cristianos versus Protestantes, pero nada distinto del resto de Europa, que padecía los mismos problemas. Luego de la revolución luterana a principios de siglos, en cada país, sobre todo los del norte, la reforma religiosa es abrasadora, la conversiones se suma por miles al día, pero los monarcas, son más cautelosos, el aceptar a la nueva fe implica, en contexto, el rechazar a la autoridad papal, y aunque esto es seductor para muchos, debido a la constante inmiscución de La Iglesia Vaticana en los asuntos políticos de cada reino, al final, es una autoridad de poder y entre ellos se protegen, ya que al desautorizar la jerarquía de uno, este puede hacer lo mismo con ellos; un respeto por conveniencia que aun se mantiene.

En Inglaterra, el rey Enrique VIII Tudor, lujuriosamente manipulado por la ambición de Ana Bolena, había aceptado, como único medio para poder divorciarse de Catalina de Aragón, cambiar la religión del reino, desautorizando así el poder del papa León X, quien no le otorgó la anulación matrimonial, ajeándose de su influencia y transformándose él, en la absoluta autoridad política y religiosa, creándose la Iglesia Anglicana, bajo el beneplácito de muchos, aunque no de todos, que insisten en aferrarse en la óptica de la fe en la que fueron educados. Pero en ese período turbulento, en el que el patrimonio de la, ahora, antigua religión, fue saqueado y sus edificaciones agredidas y proscritas, no mucho más pasó, la esencia seguía siendo la misma, sólo un tecnicismo para lograr la anulación y casarse con su muy deseada Ana Bolena.

Enrique VIII Tudor, quien obsesionado por un descendiente
varón, y por impetuosa lujuria, se caso en seis oportunidades.

Cuando Ana Bolena tuvo una hija, Isabel, y no el tan promocionado y deseado hijo varón, pronto, Enrique VIII, se cansó de esta tormentosa relación y consiguió, para su conveniencia, la excusa perfecta para deshacerse de ella, y para siempre, ordenando su decapitación. Siendo ahora viudo, el rey insiste en la búsqueda de un heredero masculino y se casa con Jane Seymour, la misma tarde de la muerte de Ana. La nueva esposa (tercera de seis), da a luz el tan ansiado varón, su futuro sucesor, Eduardo VI, pero es un niño frágil y enfermizo, así que Enrique mantiene su obsesión, volviéndose a casar, en vista que su “amada” Jane murió a consecuencia del parto, pero no volvió a lograr aumentar su descendencia.

A la muerte del rey, su único hijo varón lo hereda en el trono por encima de sus dos medias hermanas: María, hija de Catalina de Aragón e Isabel,  hija de la difunta Ana Bolena, gracias a una enmienda conocida como: Acta de Sucesión de 1543 o La Tercera Acta de Sucesión. En las dos Acta anteriores, todas decretadas por el ya difunto rey y aprobadas por el Parlamento, sus respectivas hijas: María e Isabel, eran desposeídas del derecho de reinar, pero en la Tercera y ya con un varón en línea directa, Enrique VIII, las reincorpora a la sucesión, después del varón,  Eduardo VI, siempre y cuando él no llegue a tener herederos. Además estipula, en la misma Acta, el derecho a reinar a los nietos de su hermana menor, María Tudor, en el supuesto caso que sus hijas: María o Isabel no llegasen a tener herederos directos, colocando entonces a Lady Jane Grey, cuarta en la Línea de Sucesión.

Imagen que representa al rey Enrique VIII en cama, muriendo
de sífilis, afirmando a su hijo Eduardo VI como sucesor, y el
Consejo Real que lo va a guiar durante su minoria de edad.
Abajo se representa la ruptura religiosa con el papa.
Eduardo VI se convierte en rey a sus trece años y un Consejo Real fue creado para guiar los destinos del reino durante su minoría de edad. Con poder desmesurado, muchos de los miembros de éste consejo, aprovecharon el poco tiempo que les quedaba, dos años antes de decretarse la mayoría de edad del rey, para enriquecerse y comprar su influencia a futuro, asegurando su estabilidad y la de sus descendientes. El más voraz de todos, quien no escatimará en sus artimañas para mantenerse en la cima fue John Dudley, quien fue excelente estratega militar. Su principal enemigo era el actual Lord Protector de Inglaterra y tío del rey: Eduardo Seymour, quien por su jerarquía y afinidad consanguínea, se sintió con la autoridad de no necesitar del Consejo Real y comenzó a decretar leyes, muchas de ellas a su beneficio, atrayéndose muchos enemigos políticos, entre ellos el ambicioso John Dudley.

John Dudley, Duque de Northumbria

Al Lord Protector, Eduardo Seymour, se le involucra en un complot ficticio, para asesinar a todos los miembros del Consejo durante la celebración de un banquete. Su gran rival, John Dudley, logra convencer a todos de la veracidad de los hechos y Seymour se transforma de pronto en enemigo y traidor de la nación, perseguido, capturado, enjuiciado y condenado a muerte por decapitación. Con ésta brillante estrategia, digna de un gran general, Dudley logra consolidarse como Duque de Northumberland y Lord Protector de Inglaterra, llegando a realizar un excelente trabajo. Pero el joven rey, Eduardo VI, al tener ya la edad de legal para gobernar, 15 años, desea menoscabar la autoridad del Consejo, para asumirla directamente él, quien es enérgico y voluntarioso, pero muy enfermo, razón por la cual, María, la media hermana del rey es incorporada a participar en la política, lo que fuerza a Dudley, en un acto desesperado, a concilia una triple alianza matrimonial, para mantenerse, de una u otra forma, ligado a la más alta esfera del poder. El más relevante de estos matrimonios es el de su único hijo soltero, Guilford Dudley, con Lady Jane Grey, ahora tercera en la Línea de Sucesión.

Eduardo VI es un ferviente reformista de la Iglesia Anglicana y gracias a él se conforman las verdaderas bases del protestantismo, al que se aferra en mantener más allá de su muerte, razón por la cual debía hacer y cuanto antes, una modificación en la Línea de Sucesión, para saltarse a María como heredera de la corona, quien era en extremo devota del catolicismo, pero para lograrlo debía sacar también a Isabel, que a pesar de su convicción reformista, no se podía quitar a una y dejar a la otra, en vista de la Tercera Acta de Sucesión. Se cree que John Dudley manipula al rey a firmar una carta testamento, en el que de forma expresa, él, Eduardo VI, nombra como su sucesora a Lady Jane Grey, pero el rey muere antes que el documento fuera aprobado por el Parlamento, y a pesar de haber estado aprobado por 102 notables, su legalidad era muy cuestionada, por lo que Dudley presiona y amenaza a todos los que se opongan, con declararlos traidores. Con ese papel el más beneficiado era él, porque la reina ahora era su nuera.

Carta manuscrita por el mismo rey Eduardo VI, en la que
manifiesta su deseo de ser sucedido por su prima Lady Jane Grey.

María se enteró de inmediato de éste complot para privarla de su derecho y se marcha de Londres, para evitar el caer en manos de Dudley, y conformar un ejército fiel a su causa y a su religión.

Lady Jane Grey ignora todas las manipulaciones que se han hecho en su nombre para nombrarla reina. Incluso, al enterarse, rehusó el aceptar la corona, pero el Consejo Real en pleno, y su propio padre, la convencieron de la legalidad de dicho documento y la voluntad divina de dicho nombramiento. Así, que a partir del 10 de julio de 1553, comienza el reinado de Lady Jane Grey, quien para el momento se convierte en la segunda mujer en ser reina, en toda la historia de Inglaterra, habiendo sido la primera, Matilde, en 1141.

Miembros del Consejo Real, entre los que está John Dudley,
convenciendo a Lady Jane Grey, de aceptar la corona.

Cuando el pueblo se enteró de lo sucedido de inmediato tomaron partido a favor de la causa de María, por varias razones. La primera fue por simpatía ante el ultraje sufrido por ella, al ser depuesta y humillada su madre, Catalina de Aragón y la segunda, al enterarse, que detrás de éste nombramiento irregular estaba la voluntad de John Dudley, hombre muy poco popular con las masas. María conforma un ejército y marcha hacia Londres. Dudley arma al suyo y se le enfrenta, siendo momentáneamente derrotado, pero al llegar la noticia de la victoria de María, muchos de los miembros del Consejo, que una vez apoyaron a Lady Jane Grey, cambiaron de inmediato de bando, abandonando por completo a la joven reina, a quien apresaron en La Torre de Londres, a tan sólo nueve días de su proclamación.

La nueva reina, María I Tudor, ordena el arresto y juicio de todos los involucrados en la conspiración en su contra y uno a uno pasa por el cadalso. John Dudley Duque de Northumberland, es enjuiciado un mes después. El se defendió lo mejor que pudo, justificando su proceder bajo órdenes directas del difunto rey, pero ante su irremediable destino, desestimo a la corte argumentando: "si todos los presentes son igualmente partícipes de este crimen... ¿cómo pueden ser mis jueces?" Cuatro días después y ante una tumultuosa audiencia de más de 10.000 personas, es llevado al patíbulo en Tower Hill para ser decapitado. Sus últimas palabras fueron: "Este acto por el que muero no es enteramente mi culpa como se cree [...], sin embargo, Dios mediante, no diré sus nombres así que os pido, no busquéis más culpables [...]. Una última cosa debo deciros, buena gente, y es que os exhorto a tener cuidado de los aduladores malintencionados y a los doctores de la nueva doctrina quienes pretenden predicar la palabra de Dios a través de sus propias fantasías".

John Dudley ejecutado por traidor en Tower Hill.

La suerte de Lady Jane Grey era confusa y con rasgos de morboso romanticismo trágico. Fue enjuiciada y condenada a muerte por alta traición, pero la pena fue conmutada, al menos por el momento, en vista que la reina era su prima. Pero unos meses después, una rebelión en contra de María I, estalla cuando ella anunció su matrimonio con el ultra católico príncipe Felipe de España, futuro Felipe II, sellándose su destino, a pesar de haberse comprobado que ella no estaba involucrada en lo más mínimo. María I, le ofrece entonces perdonarle la vida, si ella renuncia a su religión anglicana y acepta el catolicismo, como estrategia desesperada por reconvertir a más de la mitad de sus súbditos, pero ella se niega y su condena se hace efectiva.

Cuadro que representa el frustrado intento de la reina María I Tudor
por convertir al catolicismo a su testadura prima.

En 12 de febrero de 1554, Lady Jane Grey fue llevada al cadalso privado, reservado para los miembros de la corte, en La Torre Verde (hoy en día inexistente), en los jardines internos de La Torre de Londres. Antes de morir, la una vez reina de Inglaterra pronunció las siguientes palabras: “Gente buena, he venido aquí para morir y por una ley estoy condenada justamente. Los actos de traición contra la Alteza Reina fueron ilegales y accedía a aceptar el trono. Pero nunca lo busqué o deseé y por eso me lavo las manos en la inocencia…”

Cuadro de Paul Delaroche, en el que se prepara a Lady Jane Gray
para ser decapitada en La Torre Verde.
El edificio destacado en rojo, hoy inexistente, es La Torre Verde.

Escultura que representa el area en donde se ejecutó a
Lady Jane Grey y a Ana Bolena, entre otros.

Lady Jane Grey tenía 16 años de edad al momento de su ejecución.

Varios libros y películas se han realizado de ella, ésta trágica figura del poder de otros, la más renombrada fue Lady Jane, protagonizada por Helena Bonham Carter y Cary Elwes, realizada en Reino Unido en 1986.



Escrito por Jorge Lucas Alvarez Girardi

domingo, 27 de octubre de 2013

Chenonceau, “El Castillo de las Mujeres”


El Palacio de Chenonceau, como ningún otro, narra la historia de las mujeres de Francia durante el siglo XVI, unas de intriga, rivalidad, deseo y luto. Edificación glorificada por los Valois y olvidada por los Borbón, que ha resurgido, con el paso de los siglos, hasta nuestra época, por el esmero de damas visionarias que lo han devuelto a su gloria de antaño.

El Palacio de Chenonceau en todo su esplendor sobre el río Cher.

Nada queda del castillo feudal del siglo XIII, ya que fue ordenada su destrucción, en 1411, por el futuro rey Carlos VII, cuando su dueño, Jean Marques, lo pone a la orden de los ingleses durante La Guerra de los Cien Años, en contra de las pretensiones francesas, y quien hubo de esperar 21 años, para que el mismo rey le diera, finalmente, la aprobación para la reconstrucción. Es a partir de éste momento cuando la historia de nuestro castillo comienza a armarse, con sus altos y bajos, para ser en la actualidad el más visitado después del Palacio de Versalles.

La Torre de Homenaje, único vestigio
del siglo XV, adaptada al nuevo diseño.

A la orilla del río Cher, afluente del río Loire, en el centro de Francia, Jean Marques construye un pequeño castillo y un molino fortificado. Pero a principios de siglo, 1513, uno de los descendientes de Jean, Pierre, ahogado en deudas, debe vender la propiedad a una familia recién ennoblecida, Thomas Bohier, ministro de finanzas del rey Carlos VIII. Su esposa, Katherine Briçonnet, se hace cargo de la remodelación, ordena el derribo de todo lo anteriormente allí construido a excepción de la Torre de Homenaje o Tour des Marques, a la que adapta a su nuevo diseño renacentista, un palacio. A Katherine le encantaba socializar, así que apenas estuvo la edificación en condiciones aptas, comenzaron las fiestas. Incluso el nuevo rey, Francisco I, asiste en dos oportunidades, y será el mismo rey, quien, unos años después expropiará la propiedad al hijo de los Bohier, por no pagar sus deudas a la corona, transformándose desde ahora en un Palacio Real, uno de los tantos que posee la monarquía.

Diseño del nuevo palacio a orillas del río, sobre los cimientos
del antiguo molino.

En el año 1553, el rey, Enrique II de Francia, a pesar de los intensos deseos de su esposa Catalina de Medici, le entrega el Palacio de Chenonceau y toda la propiedad, a su amante, Diana de Poitiers, la mujer más importante del reino en éstos momentos. El castillo pasa a ser desde ahora un punto de honor entre estas dos mujeres.

Las dos grandes rivales de su época: Diana de Poitiers,
amante del rey Enrique II y Catalina de Medici, la esposa.

Enrique II era el segundo hijo de Francisco I y al tener un hermano mayor, no se esperaba que él llegara a ser rey, así qué, cuando se concertó el matrimonio del príncipe con Catalina de Medici, heredera de una inmensa fortuna y sobrina del papa Clemente VII (Giulio de Medici), el enlace era muy conveniente para ambas familias: Francia obtenía dinero fresco y los Medici el tan ansiado título nobiliario. Los novios, de 14 años de edad cada uno, aparentan estar felices y luego de la celebración, la consumación, que, siguiendo la tradición, es supervisada, en ésta ocasión por el mismísimo rey y a la mañana siguiente por el papa.

El matrimonio del príncipe Enrique y Catalina, que,
según las palabras del papa Clemente VII, era
el mejor vínculo del Mundo.

La “felicidad” duró poco, al año siguiente el papa Clemente VII muere y su sucesor, Paulo III, se niega a pagar la dote, transformando a Catalina ahora en una carga para la corona, quien además, no queda embarazada. Hasta ese momento a los franceses no les afectaba para nada ese enlace, ni la falta de linaje de Catalina, pero cuando, tres años después, el príncipe heredero, Francisco, el duque de Bretaña, muere de forma muy sospechosa, todos los ojos críticos, de inmediato, se asentaron sobre la joven pareja, llamándola a ella “la italiana” y sugiriendo que se divorciara y contrajera nuevas nupcias con alguien más acorde a su estirpe. Ya desde hacia tiempo Enrique tenía a varias amantes, a las que no le importaba mostrar, pero una en especial fue la que cautivó su corazón, siempre: Diana de Poitiers, 25 años mayor que él.

Diana de Poitiers era una mujer inteligente, de
estirpe y hermosa, quien por tres décadas se
transformará en patrón artístico de la belleza femenina.

Diana nunca consideró a Catalina como competencia, por el contrario, incentivaba a Enrique para que visitara su cama con la intención de producir herederos para la corona. En cambio Catalina la detestaba, pero era impotente de hacer nada, al punto que Enrique II siempre mostró a Diana como su mujer al mando frente a toda la corte.

Desde su punto de vista, mientras no produjera un heredero, su posición en la corte era precaria; sin dinero, sin apoyo papal y sin hijos. Catalina durante diez años probó todo, lo conocido y lo desconocido para quedar embarazada, juntándose con alquimistas de muy dudosa reputación, que incluso la sedujeron para que se untara en la vagina estiércol de vaca o tomara orina de mula. Tal era su desespero que nada, por exótico que fuese la detendría de su objetivo, y sin saberlo, Diana siempre estuvo allí, alentando a Enrique a procrear e incluso cuidando a la reina cuando contrajo escarlatina. Eventualmente Catalina tuvo diez hijos, tres de los cuales serán reyes de Francia.

Catalina de Medici.

Pero la gota que derramó el vaso fue, cuando, a pesar de su intenso deseo de adquirir el Palacio de Chenonceau, Enrique se lo otorga a su favorita, Diana de Poitiers y a ella le asigna el Palacio de Chaumont, muy viejo para su gusto.

El Chateau de Chaumont ya es para la época un palacio
antiguo, de diseño severo, como si de una fortaleza se tratara.

Resignada, por ahora, Catalina de Medici, utiliza su nueva adquisición para rodearse de alquimistas y astrólogos, entre ellos el aun no tan notorio Nostradamus.

Diana de Poitiers transformó a su castillo en uno de los más hermosos del momento, ampliando las áreas, decorando los salones, diseñando un exquisito jardín y ordenando la construcción del puente que comunica ambos extremos del río Cher. En él se realizaron las más fastuosas fiestas del momento, con toda la nobleza presente, exceptuando a Catalina, por supuesto, quien por la cercanía entre un palacio y el otro, casi podría escuchar las celebraciones.

La extensión del puente que realizó Diana de Poitiers tenía como objetivo
el extender los jardines y anexar el área de cacería. Las galerías superiores
las va a realizar Catalina de Medici en el futuro.

Pero la venganza es dulce y Catalina demostró tener largas garras. En 1559, durante un torneo de celebración, en donde hoy está Place des Vosges, el rey, a sus 40 años de edad, insiste en participar como cualquier otro noble y es mortalmente herido, al recibir una certera estocada en la cabeza, como lo había profetizado Nostradamus. Durante su agonía, Enrique II ordena llamar a Diana a su lado, pero Catalina de forma expresa prohíbe a la amante acercarse al agonizante rey, quien muere unos días después de septicemia. Diana está desbastada, al prohibírsele asistir al funeral, exiliándola incluso de París, pero no a su Palacio de Chenonceau, el cual se lo quita, sino al de Chaumont, perdiendo en un instante todo el poder y la influencia con la que gozó por más de 25 años.

Ilustración del torneo en donde el rey Enrique II es herido
de muerte en 1559.

Catalina de Medici decidió borrar la memoria de Diana en el Palacio de Chenonceau, cincelando sus monogramas con los de ella, clausurando su habitación, diseñándose un jardín más íntimo, construyendo nuevos salones sobre el puente del río Cher y realizando fiestas aun más elaboradas, entre las que destaca el despliegue, por primera vez en Francia, de fuegos artificiales, para celebrar la ascensión al trono de su hijo Francisco II y su joven esposa, María Estuardo. Cada evento de relevancia se realizaba allí y poco a poco las nuevas generaciones olvidaron, o pretendieron olvidar, a Diana de Pointiers.

Vista aérea en donde se destacan, en primer plano el gran jardín construido
por Diana y en el fondo el pequeño jardín, uno más íntimo, creado por Catalina.

Además de Catalina, cinco reinas de la familia Valois tomaron recinto,
en algún momento del siglo XVI, en éste palacio: la reina Margot, primera esposa
de Enrique IV Borbón,; Isabel de Valois, esposa de Felipe II de España; María Estuardo,
esposa del rey  Francisco II; Isabel de Austria, esposa del rey Carlos IX y
Luisa de Lorena, esposa del rey Enrique III.

En 1589 muere Catalina, según cuenta la leyenda, al sentirse defraudada por las acciones inconsultas de su hijo Enrique III, con respecto a la tregua por él concertada con los hugonotes, partido protestante, con la que siempre ella estuvo enfrentada. El castillo es ahora heredado por Luisa de Lorena, esposa del rey, que a pesar de saber las preferencias sexuales de su pareja, lo amo profundamente y al morir él asesinado, unos meses después de su madre, ella lloró su pérdida a tal punto, que desde ese entonces vistió luto hasta el día de su muerte. El color tradicional del luto en esa época era el blanco, así que desde ese momento ella pasa a ser conocida como “La Reina Blanca”. El Palacio de Chenonceau va a sufrir su pena, las habitaciones van a ser clausuradas, las paredes cubiertas con tapices negros y ninguna otra fiesta se va a celebrar allí por doscientos años.

Con el pasar del tiempo, sus nuevos dueños, La Dinastía Borbón, desmantelaron el palacio, trasladando sus esculturas, muebles y tapices a Versalles, pero tuvo un nuevo renacer que evitó su destrucción durante La Revolución Francesa (1789). La familia Dupin lo adquiere a mediados del siglo XVIII y gracias a Madame Louis Dupin, su grandiosidad de antaño retorna a sus paredes, siendo testigo de elevados encuentros con los más renombrados intelectuales de la época: Montesquieu, Voltaire y Rousseau, entre otros tantos. Ella, durante los cuatro años que duró la revolución permaneció en su palacio, intercediendo con los fanáticos, destructores de cualquier cosa y los vecinos que, argumentando que ese era el único puente en kilómetros, debía de preservarse.

Louis Dupin intentó devolverle toda la grandeza al Palacio,
manteniendo, en lo posible, la memoria de Diana de Poitiers.
Esta es su habitación, pero con un cuadro de su rival,
Catalina de Medici, sobre la chimenea.

Lo mismo va a suceder en plena Segunda Guerra Mundial, que por tratarse de un palacio puente, su estructura permanecerá intacta y más aun cuando el cauce del río Cher, era la línea divisoria entre la Francia Ocupada por los nazis y la Francia “Libre” de La República Vichy. Siendo utilizado como una vía de escape de la opresión alemana.

Mapa de Francia dividida durante La Segunda Guerra Mundial.
El Norte le pertenece a Alemania y el Sur a la República Vichy.

Desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, la familia Menier, dueña de Chocolates Menier, hoy en día de Nestlé, como dueños del Palacio Chenonceau, han invertido muchísimo dinero para mantenerlo como uno de los más prominentes sitios turísticos de Francia, recibiendo a casi un millón de visitantes por año, más allá de lo atractivo de su arquitectura, por lo relevante de su historia, testigo del fin de una de las dinastías más renombradas: Valois.


Escrito por Jorge Lucas Alvarez Girardi

viernes, 25 de octubre de 2013

La Compañía Británica de las Indias Orientales


La desobediencia civil pacífica de Mahatma Gandhi trajo sus frutos a largo plazo y con mucho esfuerzo en 1947, con la cual le es concedida la independencia a los indios, por parte del Reino Unido, dividiéndose estratégicamente el territorio, con el fin de evitar una guerra interreligiosa, fraccionándolo en áreas mayoritariamente pobladas por una u otra creencia, creándose varios países: los de mayoría musulmana, en Pakistán y Bangladesh; los hindúes en la India y los budista en Bután. Pero éste logro hubiese sido más difícil de conseguir, de no haberse dando, un siglo antes, una revuelta civil y militar, que sentó las bases de la estrepitosa caída de la asociación mercantil más grande que el Mundo haya visto hasta el momento: La Compañía Británica de las Indias Orientales.


Logo de la Compañía de las Indias Orientales.

Durante el reinado de Isabel I, en el siglo XVI, comenzó el expansionista inglés, y a partir de ese entonces,  hasta mediados del siglo XX, Gran Bretaña era conocida como “el imperio en donde nunca se pone el Sol”, llegando a poseer territorios en China, Australia, en el Continente africano y casi todo el norte de América y por supuesto controló a sus anchas la península hindú, todo eso gracias a una asociación mercantil, la Compañía Británica de las Indias Orientales, que desde sus modestos inicios en 1600, se le otorgó una licencia con el derecho de explotar comercialmente estas regiones, en especial la India.

Territorio en toda su extensión que estuvo dominado, a sus anchas, por
La Compañía Británica de las Indias Orientales.

Inglaterra necesitaba expandir su influencia comercial y para poder lograrlo debía inmiscuirse en áreas, para ese entonces, dominadas por otras potencias: Portugal y Los Países Bajos. Pero el territorio asiático, al norte del Océano Índico, era casi virgen, con gran atractivo en productos y materias primas: sal, índigo, seda, algodón, té, especies y nitrato de potasio, básico en la elaboración de la pólvora e incluso opio, para drogar y pacificar, ya que lo utilizaban como parte de pago a sus empleados.

El lucrativo comercio de las especies.

Por el control de la suma de todos estos bienes, bien valía la pena arriesgarse, incluso si se debía luchar por ellos, y La Compañía Británica de las Indias Orientales estaba dispuesta en hacerlo, enfrentándose a su gran rival: La Compañía Holandesa de las Indias Orientales, que ya había desplazado a Portugal en la hegemonía mercantil de la zona, pero que aún estaba allí, así que el primer objetivo de los ingleses fue el de eliminar la competencia, comenzando con el más débil.

Banderas respectivas de las dos potencias comerciales en la zona:
La Compañía Británica de las Indias Orientales y La Compañía Holandesa de
las Indias Orientales.

La Batalla de Swally en 1612 fue un enfrentamiento naval, que tras la derrota portuguesa, le dio a Gran Bretaña la confianza del emperador mogol, Jahangir, quien le otorgó acceso, casi irrestricto a todos los puertos de la India.

Batalla de Swally, en la que la hegemonía portuguesa en la
zona se pierde para ser tomada por Gran Bretaña.

A lo largo del siglo XVII, los británicos consolidaron sus puertos y crearon industrias, pero, para no ser ellos vulnerables a los deseos de las otras potencias o de los piratas, el rey Carlos II les otorga el derecho de crear un ejército, con la potestad de consolidar alianzas, declarar la guerra y firmar tratados de paz, pero más aun, la autonomía para legislar, enjuiciar y condenar, en bien de la Compañía y por supuesto, de los intereses del Imperio Británico, quien estaba exento de inmiscuirse en las decisiones allá tomadas, por más escandalosas que fueran, y muchas veces lo  fueron.

Batalla tras batalla, la Compañía va incrementando su dominio territorial, deponiendo a los maharajás o transformándolos en aliados serviles, acervando sus vicios y perversiones, con las que luego amenaza en divulgar. Para consolidar los vastos dominios adquiridos, recluta a soldados de entre los nativos, los cipayos, principalmente musulmanes, alrededor de unos 200.000, pero quienes, desde hace tiempo han ido incrementando el resentimiento con sus empleadores británicos, tanto por razones militares, sociales y religiosas, al asegurarse, que ellos, no respetan sus creencias y tradiciones, por más absurdas que pudieran parecer a los occidentales, entre las que destacan: la conversión de muchos indios al cristianismo; el Sati o costumbre de las viudas a lanzarse a la pira crematoria de sus esposos recién fallecidos; el asesinato de las niñas en los estratos más bajos de la población, por carecer de dote matrimonial, amenazando en transformarse en una carga económica de por vida, costumbre que aun se mantiene.


El Sati es la costumbre que se esperaba de las viudas de
inmolarse junto al difunto esposo.

Pero, la peor, desde el punto de vista de los soldados nativos, que además fue la gota que derramó el vaso, su perdición y el principio del fin de la Compañía Británica de las Indias Orientales, generando La Rebelión de los Cipayos, a mediados del siglo XIX, fue el obligar a los soldados a adaptarse a los avances técnicos por encima de sus creencias y costumbres: el fusil de carga frontal, Enfield Modelo 1853.

Para la época se corría el rumor, que el empaque que contenía la pólvora para cargar al fusil, que se debía rasgar con los dientes, estaba untado de grasa animal, ya fuese de cerdo, cuyo consumo era ofensivo para los musulmanes o de vaca, prohibida por los hindúes. Los británicos siempre alegaron que los cartuchos no se elaboraban con grasa animal, pero el rumor persistió y se acentuó con la creencia popular de la profecía que alegaba que el “dominio extranjero sólo duraría cien años”, y ese año, 1857, se cumplía un centenario de la Batalla de Plassey, en la que, Robert Clive y sus casacas rojas, logran vencer a un ejército diez veces más grande que el propio, apropiándose de los territorios de Bengala Occidental y en consecuencia el dominio inexorable del resto de la península.

Cartuchos utilizados por el rifle Enfield, con la cantidad
exacta de pólvora, el cual se debía romper con los dientes.

La Rebelión de los Cipayos estalló, cerca de Calcuta, ante la negativa de los soldados en utilizar los polémicos cartuchos de pólvora, creando la indignación en la jerarquía militar británica y el enfrentamiento con un soldado nativo, Mangal Pandey, quien va a ser enjuiciado por conspirador y condenado a muerte, lográndose un efecto no esperado por los colonizadores… la rebelión generalizada, ahora en nombre de la libertad. 



En nombre de la rebelión, ambos bandos cometieron grandes abusos.

Durante más de un año, de mayo de 1857 a julio de 1858, ambos bandos van a cometer atrocidades, justificándose cada quien por sus actos, pero los indios, a falta de un liderazgo unificado, experiencia militar y artillería pesada, pierden la guerra, y en represalia, la fuerzas colonialistas, masacran a todos los que ellos consideraron fueron simpatizantes a la causa, generando un escándalo más allá de las fronteras y forzando al Parlamento Británico a desmantelar las prerrogativas de la Compañía, tomar posesión de sus activos, que ahora pasaban a manos del gobierno y en particular a la cabeza de la reina Victoria, que desde el año 1877 es coronada Emperatriz de la India.


Con la intención de crear un precedente, para evitar otra revuelta a futuro,
los ingleses ejecutaron a varios de los líderes cipayos, atándolos a la boca
de cañones y disparando, desmembrando sus cuerpos y evitando, según la
tradición hindú, que los cuerpos pudieran volver a reencarnar.

A pesar de haberse otorgado concesiones y más beneficios para la población, sólo unos cuantos son los beneficiados y la semilla del inconformismo ya estaba sembrada, transformándose esta revuelta, para los independentistas indios, como el punto de inflexión y el inicio de un proceso que duraría otros 90 años, aunque todo intento se reprimió brutalmente, hasta que apareció Mahatma Gandhi, proclamando su desobediencia civil pacífica, que chocaba con los intereses y metodologías de los más reaccionarios, que deseaban un ataque violento, certero e inmediato al imperio.

La famosa Marcha de la Sal en 1930 fue un golpe al orgullo británico, que procedió de inmediato al arresto de Gandhi, con la intención de aplacar otras reacciones, pero para su alivio, fue La Segunda Guerra Mundial la que frenó las ansias independentistas, por los momentos, en apoyo a la derrota de los enemigos comunes, principalmente Japón, a pesar que un gran contingente indio se utilizó para combatir a los alemanes.

Gandhi caminó 390 Kilómetros para cosechar sal, sin tener
que pagar impuestos, en abierta rebelión pacífica al Imperio
Británico. Miles lo imitaron hasta que fueron arrestados
para frenar la desobediencia civil.

Gran Bretaña captó con anticipación el movimiento mundial anti colonialista y se adelantó a los hechos, encaminándose a otorgarle a la India su independencia, cosa que no hizo Francia con sus colonias, enfrascándose en 15 años de guerras inútiles, para que al final, se viera forzada a dárselas.

El Reino Unido comenzó con la descolonización de sus
territorios, como un gesto de buena voluntad, después
del fin de La Segunda Guerra Mundial, con la intención
de no enfrascarse en otras guerras y mantener su influencia
en la zona.

El Reino Unido, al momento de otorgar la independencia a los indios, no deseaban un país fuerte y unido que pudiese desestabilizar las fuerzas de poder en el territorio y aprovechó las rivalidades religiosas: hindúes y musulmanes, para dividir el territorio: la India, Pakistán, Bangladesh y Bután. No fue una transición fácil y Mahatma Gandhi tuvo que recurrir, en varias oportunidades, a huelgas de hambre para calmar los ánimos; ninguno de los dos bandos deseaba ser los responsables de la muerte del gran líder. 

Gandhi en una de sus tantas huelgas de hambre para intentar
aplacar las diferencias entre sus partidarios. Aquí posando
al lado de Indira Gandhi, hija de Nehrú.

Mahatma Gandhi, un inadvertido abogado, sin don de oratoria, logró de manera pacífica, y con mucha perseverancia, lo que cientos de idealistas nunca habían logrado de manera violenta, transformándose en uno de los personajes de la historia más amados y admirados, quien fue asesinado en 1948, por un nacionalista hindú.



Gandhi en la rueca hilando algodón.

El modelo indio se ha convertido en un ejemplo, muy imitado, al menos en los últimos años, lográndose demostrar que la fuerza civil organizada puede ser más poderosa que las fuerzas militares.


Escrito por Jorge Lucas Alvarez Girardi


lunes, 21 de octubre de 2013

La Abadía de Montecasino


En el año 529, un abad, Benito de Nursia, futuro San Benito, fundó en lo alto de una colina, en el centro de Italia, muy cerca de Roma, una abadía, para hacerlo tuvo que destruir él un antiguo templo romano dedicado al dios Apolo, mil cuatrocientos años después, las fuerzas aliadas, en su avance por liberar a Roma del ejército nazi, se enfrentaron a un dilema moral: respetar el valor histórico y espiritual de la edificación, que se había transformado en una fortaleza alemana, o destruirlo.

Iconografía de San Benito, representado
como el gran constructor de la vida
monacal en Europa.

Benito de Nursia fue hijo de un noble romano y como la tradición indica, por su condición privilegiada, su vida hubiese sido una de comodidades y lujos, pero él a muy temprana edad, alrededor de los 19 años, abandona su tierra y se marcha a Subiaco, a unos 70 Kilómetros de Roma, aparentemente para escapar de una fuerte decepción amorosa, allí se aísla en una cueva y se convierte en ermitaño.

Benito de Nursia representado como ermitaño en su
cueva de Subiaco, en donde permaneció tres años.

Poco a poco el desamor da paso a una introspección espiritual en la que él se descubre y analiza la condición humana, aunque a distancia, ya que en su aislamiento sólo recibe esporádicas visitas de un monje, Romanus de Subiaco, quien le trae el poco alimento que lo mantiene con vida. Aunque en lo escarpado de la montaña en la que decidió recluirse, sobre el río Anio, existe un monasterio y muchos monjes ermitaños, al igual que él, su sabiduría y discernimiento se hacen legendarios y al cavo de tres años ya tiene un grupo de seguidores que se le acercan para escuchar, cuando él se digna en hablar, sus sabios concejos. Al punto, que al morir el abad de un monasterio cercano, la comunidad le suplica, se convierta él en su líder. No de buena gana acepta, al presentir, que sus convicciones no iban a ser del agrado de la comunidad de monjes, como de hecho no fue, al exigirles, Benito de Nursia, disciplina, devoción y austeridad. Tan conflictiva fue la relación que en dos oportunidades lo intentaron envenenar.

Las comunidades monásticas de la época era bien relajadas y sus integrantes, aunque cumplían con su labor espiritual, orar en nombre de otros para evitar así el castigo divino, por los excesos de una vida disoluta y corrupta, ellos mismos, pero en nombre de Dios, vivían esa vida. Holgazanes la mayoría, se dedicaban a comer y beber, dependiendo de las donaciones de los fieles o peregrinos, para seguir engordando, y viene éste monje, Benito, que comía una vez cada dos días, de carácter austero, que los hace trabajar y rezar, Ora et Labora,  y quien, por insistencia de ellos mismos, ahora es su abad y hay que obedecerlo mientras viva, pero la vida en esos tiempos es muy frágil, y en una cofradía, secreta; algo así como “lo que pasa en el monasterio se queda en el monasterio”, y envenenan su copa, pero mientras Benito realizaba la bendición, la copa se quiebra ante el asombro y la decepción de su comunidad, entonces lo vuelven a intentar, envenenando el pan, y justo antes que Benito se lo llevase a la boca, un cuervo negro se lo quitó de la mano y lo llevó a un lugar en donde nadie lo pudiese encontrar. Benito identificó las señales divinas y abandonó el monasterio con la intención de crear él uno suyo, con sus preceptos y convicciones.

Luego de los dos intentos de asesinato, san Benito
decidió marcharse junto a algunos fieles seguidores
para ir conformando, con el tiempo, nuevos monasterios.

De regreso a su cueva se hace cada vez más popular por su devoción, desarrollando la capacidad de hacer milagros, atrayendo, cada vez más, a hombres de fe, dispuestos a someterse a su guía, aunque austera y disciplinada. Con el paso de los años y siempre en los alrededores de Subiaco, fue conformando monasterios, de doce monjes cada uno, en los que el precepto de comportamiento comunitario se fue desarrollando y la autarquía se convirtió en su norte. Todos estos monasterios debían ser autosuficientes.

"Ora et Labora"
Autor: John Rogers Herbert, 1862
Galería Tate, Londres.

Impulsado por su carácter evangelizador, se traslada a la pequeña ciudad de Casino, a medio camino entre Nápoles y Roma, para fundar allí, en lo alto de una colina, en el antiguo templo dedicado al dios Apolo, otro monasterio, La Abadía de Montecasino, y disciplinar al entorno que aun mezclaban preceptos cristianos con tradiciones y ritos paganos. El primer paso para lograr tal hazaña fue la de subir a lo alto de la colina, destruir el templo y con sus propias manos la estatua del antiguo dios romano, y como es costumbre, construir, en donde una vez hubo un templo sacro, uno nuevo, para que por sustitución, suplantar un rito de adoración por otro.

La Abadía de Montecasino se transformó en su residencia permanente, visitando, de vez en cuando los otros doce monasterios para asegurarse su buen funcionamiento, pero a sabiendas, que a su muerte, sus rígidos preceptos podrían fallecer con él, razón por la cual se dedica a escribir una guía de comportamiento comunitario, que sus monjes, con los abades a la cabeza, deberían seguir día a día. A éste manual se le llamó “La Regla de San Benito” o sencillamente “La Regla”, compendio de 73 capítulos que hacen de la vida comunitaria monacal un estilo de vida, regulando el comportamientos y las obligaciones individuales para mantener la espiritualidad y la eficiencia colectiva, basados en el precepto primordial, Ora et Labora.

Ilustración medieval que representa a San Benito dando
"La Regla" a  monjes de distintas órdenes monacales.
Monasterio de St. Gilles, Nimes, Francia.

A la muerte de Benito de Nursia, en el año 547, a los 67 años de edad, sus seguidores se encargaron de hacer cumplir “La Regla” y difundirla en todas las comunidades religiosas del continente y más allá, transformándose él en el santo patrón de Europa. Los símbolos con los que se identifica al santo son: el Libro que representa a “La Regla”; la copa rota y el cuervo con el trozo de pan en la boca, y se ha transformado en el santo patrón de los arquitectos, ingenieros, espeleólogos y agricultores, invocándolo contra las picaduras venenosas y la fiebre.

Montecasino prosperó y se transformó en un importante lugar de peregrinaje de personas que deseaban visitar al cuerpo del santo, pero su estratégica ubicación geográfica también fue su perdición, siendo destruido en varias oportunidades. La primera fue en el año 584, cuando los lombardo, en su auge conquistador de toda la península itálica, llegaron a la abadía y la destruyeron, obligando a los monjes allí asentados a trasladarse en pánico y llevándose el cuerpo de su santo fundador a un lugar seguro, inicialmente a Roma, pero en ésta época, la una vez imponente capital del Imperio Romano, estaba desolada y era insegura, así que con reliquia en mano se marcharon a Fleury, actual Saint-Benoit-sur-Loire, Francia, en donde aun reposa. Dos siglos después la comunidad de monjes benedictinos regresó y por un tiempo mejoró, sobre todo cuando el Mayordomo de Palacio, Carlomán, hijo de Carlos Martel, tras su gobierno, como rey sin corona, en Austrasia, decide retirarse, en el año 747, a una vida de recogimiento espiritual en La Abadía de Montecasino, dejándole todas sus posesiones y responsabilidades a su hermano Pipino el Breve, quien habrá de convertirse en rey de Francia.

En el año 833 una horda sarracena (musulmanes, que por un breve momento invadieron y saquearon a Italia), destruyeron la abadía, la cual, como el Ave Fénix, resurgió de las cenizas un par de siglos después bajo el brillante liderazgo del abad Desiderios, quien más tarde sería electo papa Víctor III, reconstruyendo los edificios, aumentando el número de libros de la biblioteca y decorando las instalaciones con magníficas obras de artistas de renombrada fama.

Patio interior de la abadía, que representa su importancia histórica.

Por mil años la abadía se destacó sobre todas las demás, siendo el patrón de inspiración en vida monástica, siempre inspirados, a veces con menos devoción y austeridad, por “La Regla de San Benito”, hasta que en el año 1799 las tropas napoleónicas invadieron Italia y en un afán destructivo, saquearon la abadía, pero ésta se recuperó y perduró hasta 1866, momento en que se disolvieron los monasterios tras la conformación de La República Italiana. Pero no fue hasta finales de La Segunda Guerra Mundial, 1944, que Montecasino vivió su más crítico momento.

Ruinas de La Abadía de Montecasino tras el bombardeo
masivo de las Fuerzas Aéreas aliadas sobre lo que ellos
creían era un enclave del ejército alemán.
En el avance de las tropas aliadas a Roma, La Abadía de Montecasino, se yergue inexpugnable en lo alto de la colina dominando los pasos vehiculares, haciendo casi imposible la movilización por tierra. El Alto Mando aliado evaluó la situación y al recibir informes de inteligencia, que aseguraban que tropas alemanas estaban acantonadas en la abadía, se toma la drástica decisión de bombardear. Ante la inevitable realidad, dos soldados de la Wehrmacht: el teniente coronel Julius Schlegel y el capitán Maximilian Becker, tomaron la iniciativa, a gran riesgo de sus vidas, el recolectar todos los documentos posibles, al igual que invalorables obras de arte y trasladarlos al Vaticano para su resguardo histórico y artístico.

Los dos oficiales alemanes cargaron camiones con todos los
objetos valiosos y los entregaron al Vaticano para evitar su
destrucción, entre los que destacan: 1.400 códices manuscritos.

La Fuerza Aérea aliada bombardeó hasta los cimientos la abadía en una batalla que habría de durar 4 largos meses a un altísimo costo en vidas humanas: 20.000 alemanas y 54.000 aliadas, pero a pesar del alto costo, las tropas de la coalición aliada avanzó y eventualmente llegó a Roma, liberándola de la opresión nazi.
Las fuerzas alemanas siempre negaron su acuartelamiento en la abadía previo el bombardeo, nunca en cambio el atrincheramiento en las faldas de la montaña, más cerca a las vías de comunicación. Pero si subieron, según ellos, a las ruinas, para aumentar la ventaja estratégica.

Luego de la guerra la abadía fue poco a poco reconstruida
como había sido en el pasado inmediato, intentando representar
toda la grandiosidad de ésta fabulosa casa monacal.

Interior de la Iglesia de la abadía, reconstruida.

La Abadía fue reconstruida después de la guerra, siendo re consagrada, en el año 1964, por el papa Pablo VI.

Escrito por Jorge Lucas Alvarez Girardi


viernes, 18 de octubre de 2013

Como Inglaterra ganó y perdió territorio en Francia


Desde la caída del imperio romano en el año 476 de nuestra era, los territorios europeos comenzaron una continua transformación territorial, que no ha finalizado aún y es lo que ha generado casi todas las guerras desde entonces. Ya sea para recuperar regiones ancestrales, áreas estratégicas o por mero resentimiento nacionalista, la metamorfosis geográfica es un ser latente a la espera de las oportunidades correctas.

Imperio Romano en el año 395, con la división territorial
entre occidente y oriente.

Previo a los romanos, siempre hubo rivalidad tribal, pero el imperio, a su conveniencia, definió las zonas, les adjudicó nombres, les generó estructura política y les sembró la sensación de pertenencia de algo grande, poderoso, con desarrollo y progreso: Britania, Galia, Hispania, etc. Creó el concepto de identidad nacional, e incluso cuando se le enfrentaron, todos los hombres lucharon bajo un mismo estandarte. Después de eso, tras las invasiones bárbaras y la inevitable caída de la Roma Occidental, ninguna tribu querría volver a lo que era antes.

Para el año 476, el Imperio Romano de Occidente, no logró mantener la
unidad territorial ante las continuas invasiones bárbaras provenientes
del noreste y se fue fragmentando hasta desaparecer, dando inicio a la
Edad Media y a la creación de los reinos europeos.

Tras un largo período de evidente confusión, un par de siglos, comenzaron a aparecer los primeros reinos estables, pequeños, pero con estructura, estamos por ahora en La Edad Media. Como es natural el más fuerte intenta tomar al más débil, hasta que lo somete, domina y se lo apropia, integrándolo a su estructura de gobierno. En Inglaterra fue un poco más fácil, porque todo el territorio que conforma la pequeña isla mantiene una misma identidad: cultural, geográfica, dialéctica y religiosa, sobre todo, teniendo en cuenta que los únicos enemigos que posee, por el momento, son locales, hasta que los vecinos de ultramar descubrieron la forma de  invadirlos: los sajones y los normandos.

Pero en Francia no es tan sencillo, ya que pertenece a la masa continental y los límites territoriales a veces son abstractos, eso significa que no están acostumbrados a que el territorio les pertenezca a ellos como nación y la mezcla de dialectos tribales hace un poco más difícil crear esa identidad nacional que da la geografía. Además, desde el punto de vista de los siervos, el pueblo llano, “si me va mejor con un señor feudal en particular, prefiero estar con él que contigo”, y como al final, ésta gente no tiene nada que perder, porque nada tiene, le es indiferente el uno u el otro.

Para el siglo XII, los ingleses poseen muchas propiedades en territorio francés a causa, más bien, de haber sido ellos, Inglaterra, conquistados, un siglo atrás, en 1066, por Guillermo I El Conquistador, duque de Normandía, territorio éste, vasallo del reino de Francia y por el posterior matrimonio, en el 1154, de Leonor de Aquitania, heredera de todas las provincias y feudos al oeste del reino galo, con el entonces rey Enrique II de Inglaterra, tras su fracaso matrimonial con su primer esposo, Luis VII de Francia, que de haber funcionado ésta relación o hubiesen tenido hijos varones y no hembras, sus propiedades habrían pasado por herencia a la corona y muchas guerras se pudieron haber evitado, pero no fue así.

Mapa de Francia del siglo XII con los dominios
destacados en rojo, herencia de Leonor de Aquitania
a sus hijos, Ricardo I y Juan, reyes de Inglaterra.

Cuando Francia comenzó a racionalizar, que por “lógica” ese territorio le debía de pertenecer a la corona y no a los señores feudales extranjeros, comenzaron extensas campañas militares para lograrlo, pero a veces las guerras son traicioneras, se puede ganar o perder, así que un método eficiente y conveniente son los arreglos matrimoniales, que crean alianzas, muchas veces convenientes para las dos partes. Pero a veces viene la desventura, los reyes en conflicto no tienen hijos o hijas para casar, así que de regreso al campo de batalla.

La expansión comenzó por iniciativa de Felipe II Augusto de Francia y poco a poco recuperó para su reino los territorios, una vez pertenecientes a Leonor de Aquitania, derrotando a su hijo menor, el rey inglés Juan, mejor conocido como Juan Sin Tierras, un personaje al que el destino histórico no le ha sido favorable, razón por la cual ningún otro rey de Inglaterra se ha llamado Juan.

Imagen que ilustra al rey de Inglaterra, Juan sin Tierras en
una escena de cacería.

Un siglo después y con el comienzo de La Guerra de los Cien Años, la corona inglesa, con su rey Eduardo III, invade la parte norte de Francia para reclamar lo que ellos consideraban les pertenecía, la corona francesa en pleno, por descendencia directa a través de su madre, Isabel, La Loba de Francia, hija del difunto rey Felipe IV El Hermoso (no confundir con el otro Felipe el Hermoso, esposo de Juana la Loca), quien al haber estado casada con el rey inglés Eduardo II, juntaba en su hijo, Eduardo III las dos casas reinantes: Plantagenet y Capeto, pero su primo, Felipe VI, de la casa de los Valois, aprovechó los conflictos internos de Inglaterra, para él apropiarse, por medio de un tecnicismo legal, del reino de Francia.

Eduardo III, rey de Inglaterra, hijo de Isabel
de Francia y Eduardo II Plantagenet.

Eduardo III, quien debería ser rey de Inglaterra y Francia, comenzó una guerra intermitente con su vecino continental, que duró 116 años, cargada de triunfos y fracaso, muchos de los cuales son logrados por el carismático rey inglés, Enrique V, quien tras su victoria en La Batalla de Agincourt, logró apoderarse de todo el norte de Francia, pero cuando ya casi veía a palmo el tan añorado sueno, murió y sus descendientes no supieron mantener, lo por él logrado, y perdieron todo excepto la ciudad de Calais en el norte, importante base militar anglosajona y un centro muy lucrativo en la producción, comercialización y exportación de lana.

Escudo de Eduardo III, en el que se destaca en
primer plano la Flor de Lis francesa, con el cual
él se adjudica ser rey de Francia e Inglaterra.

Los ingleses no volvieron a lanzar otra campaña para recuperar el territorio perdido por estar ellos mismos envueltos en una guerra civil, sangrienta y vil, conocida como La Guerra de las Rosas, en la que se definía, por medio de traiciones y asesinatos, quién era el legítimo heredero de la corona. Eso le dio un respiro a Francia, que consolidada y en paz, prosperó.

María I Tudor, reina de Inglaterra, con su
 esposo Felipe II Habsburgo, rey de España y
del Nuevo Mundo.

Cien años después, a mediados del siglo XVI, son los españoles, con su rey Felipe II, de la casa de los Habsburgos, quien al contraer matrimonio con la futura reina de Inglaterra, María I (Bloody Mary), hija de Catalina de Aragón y Enrique VIII, intenta conseguir la alianza inglesa al norte, y él, con sus posesiones en los países bajos y en España, rodear a Francia y conquistarla, pero los planes no se dieron como él se imaginó, debido a la prematura muerte de su esposa sin haber logrado gestar con ella un heredero, y no sólo tuvo Felipe II que regresar a sus fronteras tradicionales, sino que Inglaterra, gracias a ésta alianza, perdió su última posesión en territorio continental, Calais.

Escrito por Jorge Lucas Alvarez Girardi