Este documento lo escribe Simón Bolívar durante su exilio en Cartagena de Indias, en el Virreinato de Nueva Granada, hoy Colombia, justificando las razones de la caída de la Primera República de Venezuela, con el objetivo de evitar el cometer los mismos errores que pudieran poner fin el ideal republicano.
El documento original escrito por Bolívar e incluso la primera impresión que se realizó los primeros días de enero de 1813 no existen y la única fe de éste documento fue la copia que se realizó de la impresión hecha y a continuación coloco.
Por razones de espacio en el Blog, tuve que dividirla en dos.
Manifiesto de
Cartagena
Memoria dirigida
a los ciudadanos de la Nueva Granada
por un
caraqueño.
15 de diciembre
de 1812
[Conciudadanos]
Libertar a la
Nueva Granada de la suerte de Venezuela y redimir a ésta de la que padece,
son los objetos
que me he propuesto en esta memoria. Dignaos, oh mis conciudadanos,
de aceptarla con
indulgencia en obsequio de miras tan laudables.
Yo soy,
granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en
medio de sus
ruinas físicas y políticas, que siempre fiel al sistema liberal y justo que
proclamó mi
patria, he venido a seguir los estandartes de la independencia, que tan
gloriosamente
tremolan en estos Estados.
Permitidme que
animado de un celo patriótico me atreva a dirigirme a vosotros, para
indicaros
ligeramente las causas que condujeron a Venezuela a su destrucción,
lisonjiándome
que las terribles y ejemplares lecciones que ha dado aquella extinguida
República,
persuadan a la América a mejorar su conducta, corrigiendo los vicios de
unidad, solidez
y energía que se notan en sus gobiernos.
El más
consecuente error que cometió Venezuela al presentarse en el teatro político
fue,
sin
contradicción, la fatal adopción que hizo del sistema tolerante; sistema
improbado
como débil y ineficaz,
desde entonces, por todo el mundo sensato, y tenazmente
sostenido hasta
los últimos períodos, con una ceguedad sin ejemplo.
Las primeras
pruebas que dio nuestro gobierno de su insensata debilidad, las manifestó
con la ciudad
subalterna de Coro, que denegándose a reconocer su legitimidad, la
declaró
insurgente, y la hostilizó como enemigo. La Junta Suprema en lugar de
subyugar aquella
indefensa ciudad, que estaba rendida con presentar nuestras fuerzas
marítimas
delante de su puerto, la dejó fortificar y tomar una actitud tan respetable que
dejó subyugar
después la confederación entera, con casi igual facilidad que la que
teníamos
nosotros anteriormente para vencerla, fundando la Junta su política en los
principios de
humanidad mal entendida que no autorizan a ningún gobierno para ser por
la fuerza libres
a los pueblos estúpidos que desconocen el valor de sus derechos.
Los códigos que
consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles la
ciencia práctica
del Gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que,
imaginándose
repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección política,
presuponiendo la
perfectibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filósofos
por jefes,
filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y sofistas por soldados.
Con
semejante
subversión de principios y de cosas, el orden social se sintió extremadamente
conmovido, y
desde luego corrió el Estado a pasos agigantados a una disolución
universal que
bien pronto se vio realizada.
De aquí nació la
impunidad de los delitos de Estado cometidos descaradamente por los
descontentos, y
particularmente por nuestros natos e implacables enemigos los
españoles
europeos, que maliciosamente se habían quedado en nuestro país, para tenerlo
incesantemente
inquieto y promover cuantas conjuraciones les permitían formar
nuestros jueces,
perdonándolos siempre, aun cuando sus atentados eran tan enormes,
que se dirigían
contra la salud pública.
La doctrina que
apoyaba esta conducta tenía su origen en las máximas filantrópicas de
algunos
escritores que defienden la no residencia de facultad en nadie para privar de
la
vida a un
hombre, aun en el caso de haber delinquido éste en el delito de lesa patria. Al
abrigo de esta
piadosa doctrina, a cada conspiración sucedía un perdón, y a cada perdón
sucedía otra
conspiración que se volvía a perdonar; porque los gobiernos liberales deben
distinguirse por
la clemencia. ¡Clemencia criminal, que contribuyó más que nada a
derribar la
máquina que todavía habíamos enteramente concluido!
De aquí vino la
oposición decidida a levantar tropas veteranas, disciplinadas y capaces
de presentarse
en el campo de batalla, ya instruidas, a defender la libertad con suceso y
gloria. Por el
contrario, se establecieron innumerables cuerpos de milicias
indisciplinadas,
que además de agotar las cajas del erario nacional con los sueldos de la
plana mayor,
destruyeron la agricultura, alejando a los paisanos de sus lugares e
hicieron odioso
el Gobierno que obligaba a éstos a tomar las armas y a abandonar sus
familias.
Las repúblicas,
decían nuestros estadistas, no han menester de hombres pagados para
mantener su
libertad. Todos los ciudadanos serán soldados cuando nos ataque el
enemigo. Grecia,
Roma, Venecia, Génova, Suiza, Holanda, y recientemente el Norte de
América,
vencieron a sus contrarios sin auxilio de tropas mercenarias siempre prontas a
sostener el
despotismo y a subyugar a sus conciudadanos.
Con estos
antipolíticos e inexactos raciocinios fascinaban a los simples; pero no
convencían a los
prudentes que conocían bien la inmensa diferencia que hay entre los
pueblos, los
tiempos y las costumbres de aquellas repúblicas y las nuestras. Ellas, es
verdad que no
pagaban ejércitos permanentes; mas era porque en la antigüedad no los
había, y sólo
confiaban la salvación y la gloria de los Estados, en sus virtudes políticas,
costumbres
severas y carácter militar, cualidades que nosotros estamos muy distantes de
poseer. Y en
cuanto a las modernas que han sacudido el yugo de sus tiranos, es notorio
que han
mantenido el competente número de veteranos que exige su seguridad;
exceptuando al
Norte de América, que estando en paz con todo el mundo y guarnecido
por el mar, no
ha tenido por conveniente sostener en estos últimos años el completo de
tropa veterana
que necesita para la defensa de sus fronteras y plazas.
El resultado
probó severamente a Venezuela el error de su cálculo, pues los milicianos
que salieron al
encuentro del enemigo, ignorando hasta el manejo del arma, y no
estando
habituados a la disciplina y obediencia, fueron arrollados al comenzar la
última
campaña, a pesar
de los heroicos y extraordinarios esfuerzos que hicieron sus jefes por
llevarlos a la
victoria. Lo que causó un desaliento general en soldados y oficiales,
porque es una
verdad militar que sólo ejércitos aguerridos son capaces de sobreponerse
a los primeros
infaustos sucesos de una campaña. El soldado bisoño lo cree todo
perdido, desde
que es derrotado una vez, porque la experiencia no le ha probado que el
valor, la
habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna.
La subdivisión
de la provincia de Caracas, proyectada, discutida y sancionada por el
Congreso
Federal, despertó y fomentó una enconada rivalidad en las ciudades y lugares
subalternos,
contra la capital; ¿la cual, decían los congresales ambiciosos de dominar en
sus distritos,
era la tirana de las ciudades y la sanguijuela del Estado?. De este modo se
encendió el
fuego de la guerra civil en Valencia, que nunca se logró apagar con la
reducción de
aquella ciudad; pues conservándolo encubierto, lo comunicó a las otras
limítrofes, a
Coro y Maracaibo; y éstas entablaron comunicaciones con aquéllas,
facilitaron, por
este medio, la entrada de los españoles que trajo consigo la caída de
Venezuela.
La disipación de
las rentas públicas en objetos frívolos y perjudiciales, y
particularmente
en sueldos de infinidad de oficinistas, secretarios, jueces, magistrados,
legisladores,
provinciales y federales, dio un golpe mortal a la República, porque la
obligó a
recurrir al peligroso expediente de establecer el papel moneda, sin otras
garantías que
las fuerzas y las rentas imaginarias de la confederación. Esta nueva
moneda pareció a
los ojos de los más, una violación manifiesta del derecho de
propiedad,
porque se conceptuaban despojados de objetos de intrínseco valor, en
cambio de otros
cuyo precio era incierto y aun ideal. El papel moneda remató el
descontento de
los estólidos pueblos internos, que llamaron al comandante de las tropas
españolas, para
que viniese a librarlos de una moneda que veían con más horror que la
servidumbre.
Pero lo que
debilitó más el Gobierno de Venezuela fue la forma federal que adoptó,
siguiendo las
máximas exageradas de los derechos del hombre, que autorizándolo para
que se rija por
Sí mismo, rompe los pactos sociales y constituye a las naciones en
anarquía. Tal
era el verdadero estado de la Confederación. Cada provincia se gobernaba
independientemente;
y a ejemplo de éstas, cada ciudad pretendía iguales facultades
alegando la
práctica de aquéllas, y la teoría de que todos los hombres y todos los
pueblos gozan de
la prerrogativa de instituir a su antojo el gobierno que les acomode.
El sistema federal,
bien que sea el más perfecto y más capaz de proporcionar la felicidad
humana en
sociedad, es, no obstante, el más opuesto a los intereses de nuestros
nacientes
estados. Generalmente hablando, todavía nuestros conciudadanos no se hallan
en aptitud de
ejercer por S mismos y ampliamente sus derechos; porque carecen de las
virtudes
políticas que caracterizan al verdadero republicano; virtudes que no se
adquieren en los
gobiernos absolutos, en donde se desconocen los derechos y los
deberes del
ciudadano.
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