Quién ha dicho que
la política es fácil, por el contrario, siempre ha sido un nido de víboras en
donde lo que sale a la superficie es tan sólo la apariencia de lo que se quiere
lograr, pero en el fondo quedan los hechos de lo que en verdad se busca y se anhela. Muchas
veces se ve el período del Renacimiento como una época rodeada de arte, grandes
artistas y esplendorosa arquitectura, pero también entre esa belleza hay
intensión política y a través de lo que se muestra se busca influenciar y
amedrentar al enemigo y por supuesto a los siervos. El poder y los poderosos no
se detienen ante nada y muchas veces, aunque tratan de inculpar a otros, son
ellos los que terminan pasando a la historia como traidores. Ludovico Sforza, il Moro, uno de los hombres más importantes de su época, no es inmune a ésta realidad y
su ambición desmesurada lo llevó a la ruina política y personal.
Si se escarba más allá de la belleza visual de la época descubriremos lo humano que somos los humanos. Bien pudo Nicolás Maquiavelo inspirarse en Ludovico para escribir su famoso y vilipendiado libro El Príncipe. Este debió haber sido su “Biblia” personal. Habiendo nacido cuarto hijo, las posibilidades de llegar a lo más alto, es complicado, tendría que cruzar los dedos para que el hermano mayor sufriera alguna enfermedad o accidente mortal… Dios lo tenga en la gloria, antes, incluso, que generase descendencia.
Ilustración de la ciudad de Milán, año 1494. Crónicas de Núremberg |
Ludovico los debe de haber cruzado pero no muy fuerte, ya que la fortuna a veces le sonrió y a veces la tuvo que luchar. El hermano, Galeazzo María, recibe el ducado de Milán a la muerte del padre Francesco I Sforza en el año 1466, fecha en la que Ludovico tan sólo contaba 14 años. Diez años después, “el milagro”, el hermano es asesinado, pero el ducado pasa a manos del hijo de 7 años, Gian Galeazzo, sobrino de Ludovico. No es momento de deprimirse por el infortunio sino de aprovechar las oportunidades y nuestro héroe se apropia del poder bajo la figura de Regente. Durante los 18 años en la que se esforzó por mantenerse en el poder: embelleció la ciudad, amplió su infraestructura, mejoró el comercio, invirtió en la industria y se rodeó de artistas, entre ellos: el arquitecto Donato Bramante y el ingenioso Leonardo Da Vinci, todo con la intención de congraciarse con un pueblo al que le ha expropiado el poder.
Como mecenas del arte, Ludovico Sforza contrata a Leonardo Da Vinci para que realice La Última Cena. |
Y se casó con Beatrice d´Este, noble muchacha
que aportó a la ciudad un toque de gracia y buen gusto, y a él alcurnia social.
Con ella tiene dos hijos: Maximiliano y Francisco II.
Beatrice d´Este, pintado por Giovanni Ambrogio de Predis. Pinacoteca Ambrosiana, Milán, Italia. |
Supuesto retrato de la amante de Ludovico, Cecilia Gallerani, pintado por Leonardo Da Vinci, mejor conocido como La dama del armiño, actualmente en el Museo Czartoryski, en Cracovia, Polonia. |
Y la buena suerte
le volvió a sonreír cuando en el año 1494 murió su sobrino, de manera
sospechosa, y aun así, los nobles milaneses, en vista de su intensa influencia,
pero también por su buena labor durante el período de regencia, le ofrecen a él,
la corona del ducado de Milán, a sus 42 años de edad. Ahora lo tenía todo, pero
no todo siempre es suficiente y es aquí cuando la suma de malas decisiones pasa
factura. Este mismo año el reino de Nápoles estrena un nuevo rey, el español
Alfonso que de inmediato se alía con el papa, el también español, Alejandro VI,
padre de Cesar y Lucrecia Borgia.
Esta alianza fue
amenazadora para Ludovico, ya que le quitaba poder e influencia sobre la
península, así que abrió las puertas de su ciudad a las tropas francesas, en
ese momento regidas por Carlos VIII, para que la atravesaran y reclamaran su
pretensión sobre el reino de Nápoles. Las otras ciudades estado italianas nunca
le perdonaron tal atrocidad al duque de Milán, y cuando éste los necesitó, al
ser él también invadido por el nuevo rey de Francia, Luis XII, todos le dieron
la espalda, así que de una situación desesperada, una acción desesperada;
negocia con el emperador del Sacro Imperio Romano, el alemán Maximiliano I, y
con su ayuda y la de tropas mercenarias suizas entra en la ciudad de Milán y la
retoma con júbilo.
Las tropas francesas del rey Carlos VIII entran en Nápoles. Ilustración de Jean-Louis Fournel, 1498 |
Para lograrlo hubo de prepararse y distrae al artista Leonardo Da Vinci de su labor en la iglesia Santa Maria delle Grazie, pintando La Última Cena, para que le diseñara armas de guerra. Esta encomienda entretiene sobremanera al genio del Renacimiento, quien esboza docenas de complicados, pero muy avanzados mecanismos de guerra, que hasta el momento no se tiene certeza si en verdad se llegaron a poner en práctica. A lo que si se tiene referencia, es la utilización de las 70 toneladas de bronce que Leonardo disponía para la creación de una gigantesca escultura, El Gran Caballo, para la creación de cañones, entre otras armas.
El Gran Caballo de Leonardo, como pudo haber sido, si el bronce para su elaboración no hubiese sido utilizado para crear armas de guerra. Esta réplica está en Grand Rapids, Michigan, EEUU. |
Pero la felicidad
le dura poco, al ser traicionado por uno de sus mercenarios que lo entrega al
rey francés, quien, habiendo sido traicionado por Ludovico, ahora reclama sus
derechos hereditarios sobre el Ducado de Milán.
Los siguientes ocho
años los pasó en un calabozo en el castillo de Loches, en pleno corazón de
Francia, hasta que en 1508 murió, prisionero, de los que en una oportunidad
fueron sus aliados.
Vista aérea del Castillo de Loches en los valles del Loire, Francia. |
Los mercenarios
suizos, con el tiempo reinstauran al hijo de Ludovico, Maximiliano, como duque
de Milán.
Escrito por Jorge
Lucas Alvarez Girardi
Muy interesante todo el contenido de principio a fin. Gracias !
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