sábado, 31 de agosto de 2013

El Calendario Gregoriano



No es una novedad y no hay por que sorprenderse, el hombre, en su afán por controlar todos los aspectos de la vida y el de su entorno, intenta, constantemente, de regular al Universo y de fraccionarlo de manera que le pueda ser conveniente. La razón básica, la subsistencia humana: la alimentación.

El Ser Humano siempre ha tenido la necesidad por conocer
más allá de su entorno.

Por observación directa, ya en tiempos de las antiguas civilizaciones: Egipto y Mesopotamia, se había detectado que el ciclo solar duraba 365 días, en épocas, en donde se estaba seguro, que era el Sol, él que giraba alrededor de la Tierra. Períodos en los que todos los fenómenos naturales, se volvían a repetir, con más o menos, exacta precisión, faltaba ahora, definirlo de manera “lógica”, para su mejor aprovechamiento. Ya habiendo logrado una medida media, el año, era requisito obligatorio fraccionarlo en partes más pequeñas que sirviera de guía representativa de lo que acontecía: lluvias, inundaciones, veranos, etc., para saber cuándo sembrar y en qué momento cosechar.

Fueron los Mesopotámicos, con su obsesión por el número doce, los que definieron la cantidad de meses que éste período debía tener y aún se mantiene: doce meses de treinta días cada uno, sobrándoles 5 días, a los que ellos utilizaban para realizar las celebraciones previas antes del comienzo de un nuevo año. Los días los conformaron en 24 horas (12 en el día y 12 en la noche).

El Reloj Solar fue uno de los primeros mecanismos de medición,
al que casi todas las civilizaciones llegaron de manera independiente.

El año se dispuso con cuatro marcas de referencias, evidentes: dos equinoccios y dos solsticios. Los primeros representan la igualdad en cuanto a la duración del día y la noche (20 de marzo y 22 de septiembre), y los segundos encarnan el día más largo (21 de junio) y el más corto (a veces el 21 o el 22 de diciembre). Por eso, de marzo a junio es primavera, de julio a septiembre es verano, de octubre a diciembre es otoño y de enero a marzo es invierno.

Modelo heliocéntrico de Nicolás Copérnico.

También, gracias a los días en que esos eventos astronómicos se dan, son la razón por la cual las fechas astrológicas o signos zodiacales, se inician entre los días 20 al 22 de cada mes.

Planisferio Celeste

Pero éste sistema, a falta de tecnologías confiables, tenía un error grave, casi imperceptible, pero con el pasar del tiempo, se iba haciendo más evidente: el calendario humano estaba desincronizado con respecto al calendario astronómico. El año para ellos era de 365 días, cuando en realidad es de 365 días, 5 horas, 49 minutos y 12 segundos, lo que significa que cada cuatro años nos atrasamos un día.

Esta falla era garrafal para los campesinos, que debían recalcular, en su criterio personal, para saber cuándo arar, sembrar y cultivar. La seguridad alimentaria siempre ha sido una preocupación. Pero lo más grave aún, eran las celebraciones de las festividades religiosas, que debían ser en momentos astronómicos exactos, para no enfadar a los dioses, así que los romanos tomaron cartas en el asunto.

Corre el año 47 a.C., el 707, para ellos, desde la fundación de Roma, y el dictador Julio Cesar toma el control del asunto y pone orden, no sin crear una crisis primero: El año de la confusión, que tuvo una duración de 445 días, para así poder ajustar el calendario civil con el solar, ajustando la falla en febrero, el último mes del año, sumándole un día cada cuatro años; el año bisiesto, resolviendo el problema por ahora, con mayor precisión, pero 11 minutos quedaban en el aire, los que no se tomaron en cuenta, por las herramientas tecnológicas que se disponían en el momento. A partir de ese entonces, esa modalidad se va a conocer como El Calendario Juliano, en honor a su creador.

Por siglos funcionó, pero ya, a finales del siglo XVI, la minúscula falla de 11 minutos de más, sumaba diez días de diferencia (cada 128 años, esos minutos añadía un día más).

Reloj Astronómico de Praga, República Checa.

Reloj Astronómico de Berna, Suiza.

El papa Gregorio XIII promulga en 1582 la implantación de un nuevo ajuste, de cuyo honor, lleva su nombre, el Gregoriano, para ajustar las evidentes diferencias que existían y ajustar de manera definitiva el calendario civil al astronómico. En él se decreta que: la duración del año solar, se establece en 365 días, 5 horas, 49 minutos y 12 segundos; el año nuevo comienza desde ahora en adelante el 1 de enero y no en marzo como se acostumbraba; cada siglo bisiesto, que sea divisible entre 400, dejará de serlo (ej. 1600 y 2000), para lograr así, la corrección de la falla juliana. Y por último, y no menos traumático, el decreto se firmó el jueves juliano, 4 de octubre de 1582 y fue sucedido por el viernes gregoriano, 15 de octubre, absorbiéndose así los diez días que sobraban y ajustándose otra vez con el calendario solar, pero el pueblo alarmado, no lo vio de la misma manera, ese vacío lo interpretó como si el papa les hubiese robado diez días de vida.

El papa Gregorio XIII preside la Comisión para la Modificación del Calendario. 

El nuevo calendario fue inmediatamente instituido en todos los países católicos… de un plumazo, pero el resto del mundo tardó en aceptarlo, por distintas razones, la más importante: las rivalidades religiosas, el adaptarse a un sistema propuesto por la Iglesia Católica, es aceptarla, directa o indirectamente, como más poderosa. Pero el sistema tenía un basamento lógico y funcionaba, así que todos lo acogieron, siendo Rusia el último país que lo adoptó en 1918.

Para la mayoría de nosotros, excepto los que cumplen años el 29 de febrero, no notamos que el año 2000 debió ser bisiesto pero no lo fue; el siguiente ajuste será en el 2400.


Escrito por Jorge Lucas Alvarez Girardi

1 comentario:

  1. Esta es una de las mejores explicaciones acerca del origen del calendario actual. Realmente excelente.

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