jueves, 28 de noviembre de 2013

Los Manuscritos Iluminados


Sin desmeritar el titánico trabajo que representa hoy en día el editar e imprimir un libro, en la Edad Media, ese esfuerzo hay que multiplicarlo por diez, ya que hoy contamos con distintas industrias especializadas que se encargan, cada quien, de realizar su labor específica, pero hace mil años, todo se hacía en sitio, a mano  y con meticulosa precisión al detalle.

Un libro siempre ha sido un objeto valioso, ya que es a través de él, que se transmite información y conocimiento, pero sobre todo, porque se preserva la memoria, algo de lo cual muchas veces carecemos, para permitirnos estar pendientes de otras cosas más importantes, para cada quien. Razón por la cual se llegó a la imperante necesidad de inventar el alfabeto, la escritura y el soporte para almacenar esa información. En el principio, textos pictográficos en arcilla, en donde se tipificaban las transacciones impositivas en la antigua Sumeria.

Tablilla Sumeria, escrita en texto cuneiforme, que representa
un inventario de bienes para el respectivo pago de impuestos.

Con el pasar de los años y por ensayo y error, la metodología para preservar la memoria mejoró y la variedad de textos aumentó, de algo meramente mercantil, a temas: religiosos, épicos, novelescos y fantásticos. La imaginación es el límite. Con ello, los soportes en donde éstos escritos se preservan, son tan diversos como la geografía en donde se desarrollaron. En Sumeria lo que sobraba era arcilla, que cocida al fuego ha llegado intacta hasta nuestros días, luego de 5.000 años de historia; en Egipto fue el papiro; en Grecia y Roma las pieles de animales y el China el papel.

Proceso del raspado en la preparación del
pergamino a base de piel de res.

En la Edad Media, a falta de papel, se utilizó la herencia romana, piel de res; tensada y trabajada para eliminar la epidermis y la hipodermis, dejando tan sólo la dermis, tal y como se hacía, tiempo atrás, en la ciudad de Pérgamo, razón por la cual recibe el nombre de pergamino. Una vez utilizaba se enrollaba y se colocaba en repisas en forma de rombos para su almacenamiento, pero éste tipo de soporte era muy tentador para los ratones, ya que en esencia, eran de carne y los manuscritos pasaron a ser su alimento… “ratones de biblioteca”. La creatividad humana por preservar y además ahorrar espacio llevó al desarrollo de la encuadernación en libros.

Rollo del Mar Muerto, elaborados en pergamino a principios del siglo I d.C.
Enrollados y almacenados en vasijas de barro.

Una vez que el copista ya disponía del texto a transcribir, y el pergamino, se sentaba en su pequeño escritorio, alumbrándose con la tenue luz de una lámpara de aceite y comenzaba la laboriosa tarea, una que podía incluso durar hasta dos años: escribiendo e ilustrando. Si el manuscrito era uno polémico o prohibido, el transcriptor era iletrado en la lengua del contenido, evitándose así que la información pudiera pasar a hacer del dominio público. Los monasterios eran muy celosos con sus libros, llegando a ser incluso paranoicos con algunos. Ejemplo excelentemente descrito en el libro de Umberto Eco, “El nombre de la rosa”.

Un monje en su escritorio copiando e ilustrando textos
como único método para preservar y compartir la memoria.

Algunos iluministas se eran permisivos con los temas a representar.

En esa época, la adquisición y procedencia de los colores no era tarea fácil, y el ilustrador, debía, no sólo contar con el talento artístico, sino además, cómo un alquímico, poseedor de secretos, en su laboratorio, mezclar proporcionalmente los pigmentos para obtener los colores deseados y aplicarlos con destreza. Esta técnica no es nada sencilla, con el tiempo y el uso, las imágenes se decoloran, así que deben de experimentar mucho para obtener la maestría de gran ilustrador, como lo fueron: los hermanos Limbourg, Simón Marmion, Jean Fouquet y muchos o cientos de autores anónimos, que el scriptorium de los monasterios pasaban sus horas y días ilustrando, de forma magistral, los distintos textos que se les comisionaban.

El Hombre Zodiacal, una de las 131 iluminaciones
con las que cuenta el muy famoso libro "Las muy
ricas horas del Duque de Berry, ilustrado por el
taller de los hermanos Limbourg en el siglo XV.

Los pigmentos para ilustrar, provenían de lugares diversos y exóticos, muchos de ellos de altísimo costo, razón por la cual se reservaba su uso a personajes o símbolos que representaran jerarquía, como era el caso de La Virgen María, a la que se representaba con los colores rojo escarlata y azul marino. Con el rojo se indicaba su elevada casta, utilizado tradicionalmente por los emperadores y cardenales y el azul, por el elevado precio de la pintura, hecha a base de lapislázuli molido, piedra preciosa en esa época, proveniente de las minas de Nubia, hoy en día Sudán.

La mayoría de los temas representados son de carácter
religioso y el de la Virgen María, uno de los favoritos.

Todos los colores que se utilizaban, se obtienen hoy por síntesis química, pero en la antigüedad su procedencia era diversa, de minerales, plantas e insectos. En algunos casos, estos colorantes se siguen utilizando en la actualidad para ser utilizados en la industria alimenticia, farmacéutica y cosmética.

Los pigmentos en un principio se mezclaban con agua, creando témpera,
para luego diluirlos con aceite y elaborar óleo.

El amarillo se obtiene de la cúrcuma o el azafrán; el azul, ya dijimos, del lapislázuli y después del añil; el verde de la malaquita y el óxido del cobre; el blanco se logra con tiza u óxido de plomo, mejor conocido como “escama blanca”; el negro se logra con carbón vegetal u hollín, o incluso, más exótico pero duradero, marfil quemado; el plateado con láminas muy finas de plata, tratadas para evitar su oxidación opaca, o con láminas de estaño; el dorado, un poco más costoso, con láminas de oro; y el rojo se obtiene del árbol de laca, savia muy venenosa hasta que se seca, requiriendo de manos expertas, para no morir en el intento, y luego de la conquista española a América, se sustituye por la cochinilla, insecto que se reproduce en los nogales y su uso, en la actualidad, se identifica como Rojo N° 4.

Método de cosechar la cochinilla por un
indígena mesoamericano de una planta
de nogal.

Una vez finalizadas todas las láminas, se encuadernaban cosiéndose las hojas entre sí, para entregarse al destinatario final, ya fuese otros monasterio, alguna de las universidades o a coleccionistas privados, capaces, sólo ellos, de poder pagar el alto costo de un libro. El título más elaborado eran los “Libros de Horas”, que contenía las plegarias que se debían recitar a lo largo del día litúrgico.

Ilustrador anónimo del Libro de Horas de Catalina de Cleves, siglo XV.

Para mediados del siglo XV éste arte va a ser paulatinamente desplazado por la imprenta, disminuyéndose el costo, desarrollando toda una industria a su alrededor, en la que muchos tomos, antes imposibles de adquirir, ahora se vendían sin mayor problema y en el idioma de cada país, desplazando poco a poco los texto en latín o en griego.

Escrito por Jorge Lucas Alvarez Girardi



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