Desde que el hombre ha tenido uso
de razón ha estado fascinado por éste escaso metal que brilla como el Sol, no
se oxida y a pesar de su consistencia y peso, es maleable, dúctil y fácil de trabajar,
al punto que muchos, han sido y son, capaces de matar por obtenerlo.
Otra de sus características
primordiales es que el Oro no pierde ninguna cualidad cuando se recicla, lo que
significa que es muy probable que parte de la joyería habitual que usamos tenga
mucho más historia de la que nos imaginamos: tal vez tengamos encima Oro
fundido de alguna tumba egipcia, mezclado con parte del tesoro robado a
Atahualpa y de restos del mítico rey Midas.
La antigüedad calculada del
Universo es de 13.700.000.000 de años desde el Big Bang hasta nuestros días, y 9.200.000.000
de años después se formó nuestro planeta Tierra, conformado mayoritariamente de
polvo estelar inerte, o sea una esfera muerta, estática y aburrida, hasta que
empezó a ser colisionada por miles de asteroides, que no sólo la hicieron
girar, sino que además trajo el ingrediente esencial para la vida: el carbono,
y un tiempo después el Oro.
Esa colisión con un asteroide,
mayoritariamente compuesto de Oro, ocurrió, según se calcula, hace unos
2.200.000.000 de años y su existencia como elemento químico es producto de la
fusión nuclear de una estrella moribunda al momento de colapsar su núcleo y
transformarse en supernova. Tras su estallido todos estos residuos se expanden
por el Universo y en algún momento tienden a chocar con algo que se le
interponga en el camino. Ese fue nuestro caso, y el Oro llegó, pero al ser tan
pesado se filtró a las entrañas de la Tierra, dejando en la superficie tan sólo
residuos asequibles, suficiente para despertar en nosotros el ansia y el deseo.
Se calcula que todo este Oro
proveniente del bombardeo estelar, si se colocara sobre la superficie de la
Tierra, la cubriría por completo con un grosor de aproximadamente 4 metros,
pero a la profundidad en que se encuentra, unos 3.500 Km, es imposible para
nosotros, que sólo hemos llegado a taladrar menos de 10 kilómetros, el
extraerlo, al menos por el momento, teniéndonos que conformar tan sólo con los
residuos que han quedado, para nuestra mezquina satisfacción, regados por la
Tierra.
Si sumamos todo el Oro extraído a
lo largo de la historia de la humanidad, la cifra calculada es de 166.500
toneladas. Pero si calculamos su peso por densidad (un metro cúbico de Oro pesa
19.300 Kg), lo que equivale a tan sólo a un cubo de 21 metros por cara.
Si todo el Oro del Mundo se apilara, conformaría un pequeño cubo de 21 metros por cara, a un precio actual de $ 50.000.000 la tonelada. |
De ese minúsculo cubo imaginario,
el 19% de ese Oro está en bóvedas bancarias alrededor del Mundo como reservas al
valor monetario, y el resto se distribuye de forma aproximada: 50% en joyería;
40% en inversiones y el 10% en industria.
Barras de Oro de uso comercial, para los inversionistas que desconfían de los cambios monetarios. Esta modalidad comenzó a tener auge al finalizar La Segunda Guerra Mundial. |
Pero la pregunta que en algún
momento todos se hacen ¿por qué este metal y no otro? Y la posible respuesta
está enraizada en nuestras creencias y supersticiones: el Oro tiene el mismo
color que el Sol, y nuestra luminosa estrella representa vida, sabiduría y
seguridad, razón por la cual casi todas las culturas ancestrales de la Tierra
lo han adoraban como su dios principal, y hecho los locos, aun hoy. En el
antiguo Egipto era representado como Ra, Amón-Ra y Atón; los griegos como Helio
en un principio para luego asociarlo con Apolo; en el imperio Inca se le
adoraba por encima de todos los otros dioses como Inti y el emperador era
considerado hijo de éste; en Persia es representado como Mitra, que es el
equivalente romano al Sol Invictus, quien luego se transformó en Jesucristo.
El dios Sol, Inti, de la cultura Inca, ser supremo, dador de vida. |
Además el Oro es maleable y se
funde a una temperatura relativamente fácil de lograr con hornos primitivos, 1.064°
C, asimismo posee una gran ductilidad, que es su propiedad esencial, ya que al ejercérsele
una fuerza, éste metal precioso, se deforma pero no se rompe, ideal para la
joyería, pudiéndose elaborar una lámina de 28 metros cuadrados con tan sólo una
onza de Oro (31.10 gramos). Si esa misma onza se estirara pudiéramos hacer un
cable de 8 Km de largo. En cambio el plomo es muy maleable pero no es dúctil y
de paso se oxida.
Collar Sumerio, al sur de la actual Iraq, encontrado en una tumba real de la ciudad de Ur, del año 2.600 a.C. |
El símbolo químico del Oro es Au,
que en latín (Aurum) significa brillante amanecer, y está identificado con el
número atómico 79 en la Tabla Periódica, lo que indica que en el núcleo de su
átomo posee 79 protones y 79 electrones. Ubicado en el Grupo 11 de ésta misma
Tabla, junto al cobre y la plata, para conformar con ellos, los tres metales
idóneos para acuñar, e históricamente utilizados como monedas de intercambio
comercial, pero con el único inconveniente de ser muy blandos para un uso tan
intenso, por lo cual se deben de alear con otros metales para darles resistencia.
El Oro almacenado en lingotes para uso financiero, o reservas monetarias es de 24 quilates (24K), de allí en adelante
se mezcla con otros metales para otorgarle la resistencia deseada, con el color
apropiado, a un menor costo. En su forma pura el Oro en la actualidad se cotiza
a un promedio de $ 1.350 por onza.
Pequeña muestra de la reserva del Banco de Inglaterra. Cada lingote pesa 12.4 Kg. |
Teniendo todo esto en cuenta, no
es de extrañar que el ser humano haya generado una macabra codicia por éste
metal, transformándolo en su principal objeto del deseo, con el cual celebra
los nacimientos, los matrimonios y la muerte e incluso lo ingiere en busca de
la “Vida Eterna”, intentando de manera infructuosa de crearlo a través de
fórmulas secretas, “descubiertas” por charlatanes, intentando engañar a los
incrédulos, a los ricos y a los poderosos.
Pero algo si es sabido, si el Oro estuviese al alcance de todos, a pesar de todas sus cualidades y propiedades, no valdría nada y otro sería el metal de avidez.
Escrito por Jorge Lucas Alvarez
Girardi
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