martes, 13 de enero de 2015

Olympia de Edvard Manet


En la antigüedad, cuando no disponíamos de todo lo que visualmente hoy nos entretiene y distrae, como la televisión, el cine, el internet, la prensa, la radio y más reciente, nuestro teléfono, las personas se recreaban yendo a exposiciones para ver los cuadros, estos entretenían y les trasmitía de inmediato una narrativa visual, una mezcla interesante entre el tópico expuesto y el estado de ánimo del pintor, en la que a través de las pinceladas, los colores escogidos, la composición y disposición de los personajes u objetos, uno podía interpretar, entender e incluso especular, porque eso sí, para muchos artistas, la participación del espectador en la dinámica de la obra era esencial.

Hoy lastimosamente cuando vamos a un museo o galería, nuestra mente no nos acompaña a lo largo de toda la estadía, pronto se distrae con nuestros gadgets personales y aunado al no estar entrenados para observar, perdemos el trasfondo de lo que estamos viendo, más allá que por lo general  hay tanto que ver, que sólo vemos imágenes, ni siquiera nos acercamos para leer el título o el nombre del autor. A mí me ha pasado y la razón es porque somos hijos de otra generación, pero mi estrategia es concentrarme sólo en algunas obras, las que nos llamen la atención y ver, no sólo el personaje central, sino el entorno, los colores y los detalles, todo está en los detalles.

Vamos a tomar una obra como ejemplo: Olympia, del artista francés Édouard Manet (1832-1883), al cual muchos consideran el padre del impresionismo, menos él mismo. La pintura en cuestión fue pintada por Manet en 1863 para presentarla en El Salón de los Rechazados de ese mismo año, salón éste que marcó el inicio de las vanguardias artísticas y la separación definitiva entre ellas y la pintura conservadora de la Escuela de Bellas Artes, obras que se presentaban en El Salón de París, pero prefirió no hacerlo, ya que el salón oficial representaba más estatus y por ende clientes más adinerados. 


Museo D´Orsay, París (190 cm x 130 cm)

Al ver la pintura, los conocedores del arte de inmediato hacen referencia a la evidente inspiración que tuvo nuestro artista en una obra de otro pintor mucho más antiguo y consagrado: La Venus de Urbino de Tiziano creada en 1538.

Galería de los Uffizi, Flrencia, Italia (165 cm x 119 cm)

Si comparamos la ambientación de los dos cuadros, el de Tiziano es en pleno día, pero en cambio el de Manet se desarrolla en la complicidad de la noche o al menos eso es lo que percibimos. Si viviéramos en París del siglo XIX podríamos intuir por el nombre de la obra, que se trata de una prostituta, Olympia, en contraste a Venus, la diosa de la sexualidad y la belleza; una brecha muy grande entre las dos mujeres, lo que causó mucha indignación y escándalo, pero fue eso lo que la hizo popular y que destacara sobre los otros miles de cuadros expuestos.

Si nos fijamos, las blancas sábanas están impecables y la sirvienta trae un ramo de flores, uno costoso, por lo cual podemos interpretar que los clientes son adinerados. Pero más allá de lo evidente, insisto, están los detalles, que hace que el cuadro aun sea mucho más interesante: la orquídea en la cabeza es símbolo de lo erótico y lo sexual, ya que se creía ésta flor poseía poderes afrodisíacos, en una época en donde el viagra era un sueño imposible.



Ella sólo calza un zapato, lo que representa la inocencia perdida, pero que lo calce sobre la cama también es sinónimo de fetiche, pero lo más importante y es lo que nos da la pista en la dinámica del cuadro es el gato negro, a diferencia del perro dormido a los pies de Venus en el cuadro de Tiziano que representa la pasión dormida o apaciguada; en el Renacimiento el incluir un perro en una obra era sinónimo de lujuria, no en vano aun se dice “echar los perros”, pero con el pasar de los años el significado cambió a fidelidad. 



El gato en el siglo XIX es interpretado como perverso, misterioso, promiscuo, por eso está allí, con una prostituta, pero es el hecho que esté estirándose lo que nos indica que hay alguien más en la habitación, el cliente, que entró y se acerca a ella…




… Olympia, y ella lo mira de frente, pero es a nosotros, convirtiéndonos en el cliente, no importando la edad, género o condición, ahora somo cómplices de su promiscuidad.



Escrito por Jorge Lucas Alvarez Girardi

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